Las cosas ocultas desde la fundación del mundo
No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada (Mt 10, 34)
Comentarios de actualidad del grupo de investigación Xiphias Gladius
Páginas
martes, 13 de septiembre de 2011
www.angelfilosofia.es
COnsulta mi página web totalemente girardiana y mi link al grupo de iNvestigación sobre Girard que dirijo: www.xiphiasgladius.org, sobre GiRARD.
jueves, 2 de junio de 2011
Cambio de dirección
Nos hemos mudado a http://xiphiasgladius.wordpress.com/
Pronto tendremos, además, página web y un montón de novedades. Gracias a los lectores que nos habéis seguido: la idea es seguir con más constancia y fuerza desde la nueva dirección mostrando algunas de esas cosas ocultas desde la fundación.
Pronto tendremos, además, página web y un montón de novedades. Gracias a los lectores que nos habéis seguido: la idea es seguir con más constancia y fuerza desde la nueva dirección mostrando algunas de esas cosas ocultas desde la fundación.
jueves, 17 de marzo de 2011
Fukushima y la presencia de lo peor
La presencia de lo peor en forma de radiación, que es la forma científica y moderna de los espíritus malignos que ni se tocan ni se ven, pero que poseen la carne de uno con la misma virulencia que el mismo Belcebú, esa presencia es la que se palpa en Japón, sin duda. Nosotros sólo la vemos de lejos, la notamos a través de las pantallas (esas otras radiaciones). Lo inimaginable ha ocurrido, convertido por arte de magia en lo que todos sabían que iba a ocurrir, lo que algunos sabían y ocultaban por interés, lo que otros sabían y querían ignorar (how many times can a man turn his head / pretending he just doesn't see...?), y lo que, en general todos vivimos sin considerar.
Las reflexiones de Dupuy sobre el catastrofismo [es necesario hacer una lectura detenida de sus tesis neocatastrofistas, expuestas en Petite métaphysique des tsunamis y en Pour un catastrophisme éclairé; un excelente resumen de sus tesis en el blog tecnocidanos], teorías de lo improbable y de la complejidad (vía E. Morin, Valera y otros) podrán iluminar, pero siempre a posteriori, los sucesos y la presencia de lo peor en Japón estos días.
Desde una perspectiva filosófica, es curioso que ya no se susciten los debates voltarianos que provocó en el siglo XVIII el terremoto de Lisboa en torno a la existencia de Dios, la bondad del mundo, y otras cuestiones a las que ya nos hemos acostumbrado. Bajo nuevos nombres, sin embargo, las cuestiones son las mismas: poner nombre al mal, buscar culpables (para unos los nucleares, para otros, la naturaleza divinizada que se venga, para otros, casi todos, un vacío que llenamos con lo que sea). También hay héroes, o los había hasta ayer, con nombre de película (que se hará necesariamente para crear el mito): los 50 de Fukushima (los samurais, los héroes, el lenguaje épico se desparrama por internet, sobre todo desde que se sabe que morirán a causa de las radiaciones). [Adenda: un amigo me comentaba ayer la posibilidad de un castigo de Dios en todo esto. Aún no salgo de mi perplejidad. Algo en mí se rebela a pensar en un Dios-terremoto. Prefiero el Dios menesteroso de las vícitmas]
Lo curioso es que el escenario ya había sido dibujado cientos de veces por el manga japonés: Tokio postapocalíptico, Japón nuclear, historias sobre lo que ha sucedido que ya han sido contadas de modo obsesivo por los nipones. Sería interesante analizar el imaginario de la catástrofe nuclear y del mal en la ficción japonesa. Estoy convencido de que encontraríamos muchas sorpresas.
Ponernos en lo peor para tomar decisiones es el resumen de las tesis neocatastrofistas. Los nuevos mitos de la ciencia y del progreso, alentados por un capitalismo que no sabe mirar atrás, se nos presentan bajo un lenguaje ya ni veladamente religioso. Pero religioso sagrado, violento. Quién sabe qué nuevas víctimas nos pedirá este altar (¿de la ciencia, del progreso?). Lo que es indudable es que parece un dios insaciable.
Las reflexiones de Dupuy sobre el catastrofismo [es necesario hacer una lectura detenida de sus tesis neocatastrofistas, expuestas en Petite métaphysique des tsunamis y en Pour un catastrophisme éclairé; un excelente resumen de sus tesis en el blog tecnocidanos], teorías de lo improbable y de la complejidad (vía E. Morin, Valera y otros) podrán iluminar, pero siempre a posteriori, los sucesos y la presencia de lo peor en Japón estos días.
Desde una perspectiva filosófica, es curioso que ya no se susciten los debates voltarianos que provocó en el siglo XVIII el terremoto de Lisboa en torno a la existencia de Dios, la bondad del mundo, y otras cuestiones a las que ya nos hemos acostumbrado. Bajo nuevos nombres, sin embargo, las cuestiones son las mismas: poner nombre al mal, buscar culpables (para unos los nucleares, para otros, la naturaleza divinizada que se venga, para otros, casi todos, un vacío que llenamos con lo que sea). También hay héroes, o los había hasta ayer, con nombre de película (que se hará necesariamente para crear el mito): los 50 de Fukushima (los samurais, los héroes, el lenguaje épico se desparrama por internet, sobre todo desde que se sabe que morirán a causa de las radiaciones). [Adenda: un amigo me comentaba ayer la posibilidad de un castigo de Dios en todo esto. Aún no salgo de mi perplejidad. Algo en mí se rebela a pensar en un Dios-terremoto. Prefiero el Dios menesteroso de las vícitmas]
Lo curioso es que el escenario ya había sido dibujado cientos de veces por el manga japonés: Tokio postapocalíptico, Japón nuclear, historias sobre lo que ha sucedido que ya han sido contadas de modo obsesivo por los nipones. Sería interesante analizar el imaginario de la catástrofe nuclear y del mal en la ficción japonesa. Estoy convencido de que encontraríamos muchas sorpresas.
Ponernos en lo peor para tomar decisiones es el resumen de las tesis neocatastrofistas. Los nuevos mitos de la ciencia y del progreso, alentados por un capitalismo que no sabe mirar atrás, se nos presentan bajo un lenguaje ya ni veladamente religioso. Pero religioso sagrado, violento. Quién sabe qué nuevas víctimas nos pedirá este altar (¿de la ciencia, del progreso?). Lo que es indudable es que parece un dios insaciable.
martes, 1 de marzo de 2011
Las violencias de la Historia y las memorias colectivas
Muchos de nosotros hemos estudiado la historia como un sucederse de batallas, de regicidios, de alianzas, contra-alianzas y recontra-alianzas, tratados de paz, armisticios, acuerdos entre rivales, ejes del bien y del mal, invasiones, colonizaciones y encuentros de culturas, civilizaciones o sociedades, masacres, genocidios y sacrificios, religiones e ideologías. Cualquiera de estas categorías admite un análisis del papel que en ellas juega la violencia -sea lo que sea que ésta signifique-.
Hay cientos de libros que tratan el papel de la violencia en la historia, en las ideologías, en las religiones y en la política. Hace poco el amigo Lucas Aguilera me pasaba una referencia que habrá que analizar cuidadosamente: Enzo Traverso, A sangres y fuego. De la Guerra Civil europea, 1914-1945 (aquí tenéis una interesante reseña, y aquí una entrevista reveladora sobre otro de sus libros). El papel de la violencia, su "pasteurización", su tecnificación a medida que ha ido avanzando la historia en este devastado Occidente (no menos devastado que otras realidades socioculturales, pero sí, tal vez, más consciente de ello). No podía no acordarme de la lectura que, muy por encima y a vuela pluma, hace de ese mismo período Girard en su Achever Clausewitz. Sería interesante profundizar en esta realidad de la que somos hijos, bastardos tal vez, pero hijos. En otro de sus libros, habla del papel de la memoria en la historia, la memoria colectiva, la histórica, la de los mass media, etc. Creo que la memoria, como rememoración de ciertas violencias, pintadas e imaginadas desde muy distintas perspectivas, constituye la base religiosa de nuestra concepción de la sociedad.
Lo curioso es que la memoria es, de entre todas las habilidades / competencias que se deberían trabajar en la escuela, la que más adeptos está perdiendo. Aprender de memoria un texto, recordar, hacer memoria y narrar, son actividades a las que cada vez dedicamos menos tiempos en nuestros modernos, colaborativos y muy "competentes" planes-Bologna de estudio. No olvidemos (perdonad la sorna) que la desmemoria (la méconnaissance girardiana) es la piedra de toque de cualquier construcción mítico imaginaria: cierto olvido de la verdad que hay en el origen, cierto olvido del escamoteo, de la sustitución, del sacrificio y del engaño sobre el que construimos nuestra vida / religión / ritual de bolsillo. La memoria ha de librarse de hermenéuticas politizadas, de pseudointérpretes sesgados y de, literalmente, mala fe. Una memoria histórica natural, que se precie, es la que pasan, aun sin querelo, los padres a los hijos, los abuelos a los nietos. Un día os hablaré de mis dos abuelos, del huérfano de la guerra civil y del secretario de pesca en la España franquista. Esa es mi memoria histórica.
domingo, 27 de febrero de 2011
V... de "Visitantes"
El mundo de la TV es un buen indicador social. Más allá de la manoseada referencia a la telebasura que todo intelectual que se precie ha de realizar en algún momento (y no necesariamente en contra: los hay que llevan a gala ver telebasura o la defiende como subcultura o le dan la vuelta a la tortilla...), más allá de la TV como fenómeno social o mass media. Me refiero a ciertas producciones para la pequeña pantalla (o no tan pequeña ya) que en los últimos tiempos están teniendo el mismo éxito que el folletín decimonónico y que dependen tanto como éste de la respuesta del público: las series de ficción.
Lo confieso: sucumbo y consumo a ojos llenos, aunque con cierto criterio (y no necesariamente del bueno). El amigo Desiderio Parrilla sabe más que yo de esto, y no descubro América de nuevo si afirmo que también en la tele hay antropología. No sólo en el fenómeno de ver la tele, sino en la propia tele.
Hay una serie que muchos de nosotros recordamos con cierta extraña nostalgia: "V". Corrían los años 80, el graffitti era un arte antisistema, y la V de spray rojo, las fingidas pieles y los lagartos-de-goma-come-ratas llenaban nuestra imaginación atrapada en cromos de cartón que pegábamos con pegamento IMEDIO a los manoseados álbumes (junto al Michael J. Fox del Regreso al futuro, la fantasia en 8 bits de TRON, Bastián y el dragón de la suerte, samurais, superhéroes en pijama, hobbits y otros entes de ficción que muchos creíamos y queríamos más reales que la propia realidad).
Esta nostalgia que nos lleva, en un ciclo de recuperaciones rituales miméticas, a copiar nuestro cualquier tiempo pasado fue mejor llena los espacios creativos de nuestros días con mayor frecuencia cada vez: Lost no deja de ser una lectura desbordante y desbordada, eso sí, de La isla misteriosa y otras novelas de Julio Verne; con Cuéntame cómo pasó ya hemos tenido nuestra Aquellos maravillosos años; Fringe resuena a X-files y los comics de Kirby, El coche fantástico ya tiene su modernización y se cuentan a millares las series que narran las mismas historias de siempre (hay quien dice que hay sólo un puñado de historias que contar: los celos, la envidia, el resentimiento, la culpa y la inocencia). La lista se completa con la serie que hoy quiero comentar, para aligerar la tensión política de estos días (perdonad la ligereza, pero me he tomado al menos dos días para deglutir toda la información de la que he hecho acopio antes de volver al ataque): V (2009).
Hay sobre todo dos cuestiones que merecen la pena destacarse: la primera es todo el juego en torno a la divinización de los visitantes que incluye la nueva versión. Los visitantes buscan ser adorados. Se trata de una invasión mediática más que militar: la opinión pública parece mover más a los Visitantes que el potencial bélico terráqueo. En la primera temporada, en boca de la líder de la resistencia (Erica) y de uno de sus lugartenientes, un sacerdote católico (?) [por cierto, capellán militar], se expresa de forma clara: la mayor arma de que disponen los extraterrestres es la devoción que inspiran en las masas humanas. ¡Si hasta tienen un slogan: "Somos gente de paz. Siempre"! Ya Girard nos ha enseñado a desconfiar de ciertos pacifismo en su último libro, Achever Clausewitz [traducido aquí].
La segunda cuestión abre otras muchas. El mimetismo de los Visitantes que les impulsa a clonar nuestra piel, y el hecho de que esa "simple" clonación de la piel, ese sencillo parecer más humanos, les termina "infectando" de humanidad. Como si la imitación transmitiera cierta esencia de la humanidad (los sentimientos, el alma).
Por lo demás, la serie peca de cierta puerilidad y a medida que pasan los capítulos la cosa pierde intensidad (y eso que para la segunda temporada recuperan a la mítica Diana, icono sexual de muchos, ¡ay, esos pelos cardados!). Se nota, no obstante, que todo el esfuerzo de los guionistas se dirige, más que al barroquismo efectoespecialista, a la complejidad moral y ética. Lo normal es que se quede en esfuerzo, y nada más. Pero se agradece la intención.
Lo confieso: sucumbo y consumo a ojos llenos, aunque con cierto criterio (y no necesariamente del bueno). El amigo Desiderio Parrilla sabe más que yo de esto, y no descubro América de nuevo si afirmo que también en la tele hay antropología. No sólo en el fenómeno de ver la tele, sino en la propia tele.
Hay una serie que muchos de nosotros recordamos con cierta extraña nostalgia: "V". Corrían los años 80, el graffitti era un arte antisistema, y la V de spray rojo, las fingidas pieles y los lagartos-de-goma-come-ratas llenaban nuestra imaginación atrapada en cromos de cartón que pegábamos con pegamento IMEDIO a los manoseados álbumes (junto al Michael J. Fox del Regreso al futuro, la fantasia en 8 bits de TRON, Bastián y el dragón de la suerte, samurais, superhéroes en pijama, hobbits y otros entes de ficción que muchos creíamos y queríamos más reales que la propia realidad).
Esta nostalgia que nos lleva, en un ciclo de recuperaciones rituales miméticas, a copiar nuestro cualquier tiempo pasado fue mejor llena los espacios creativos de nuestros días con mayor frecuencia cada vez: Lost no deja de ser una lectura desbordante y desbordada, eso sí, de La isla misteriosa y otras novelas de Julio Verne; con Cuéntame cómo pasó ya hemos tenido nuestra Aquellos maravillosos años; Fringe resuena a X-files y los comics de Kirby, El coche fantástico ya tiene su modernización y se cuentan a millares las series que narran las mismas historias de siempre (hay quien dice que hay sólo un puñado de historias que contar: los celos, la envidia, el resentimiento, la culpa y la inocencia). La lista se completa con la serie que hoy quiero comentar, para aligerar la tensión política de estos días (perdonad la ligereza, pero me he tomado al menos dos días para deglutir toda la información de la que he hecho acopio antes de volver al ataque): V (2009).
Hay sobre todo dos cuestiones que merecen la pena destacarse: la primera es todo el juego en torno a la divinización de los visitantes que incluye la nueva versión. Los visitantes buscan ser adorados. Se trata de una invasión mediática más que militar: la opinión pública parece mover más a los Visitantes que el potencial bélico terráqueo. En la primera temporada, en boca de la líder de la resistencia (Erica) y de uno de sus lugartenientes, un sacerdote católico (?) [por cierto, capellán militar], se expresa de forma clara: la mayor arma de que disponen los extraterrestres es la devoción que inspiran en las masas humanas. ¡Si hasta tienen un slogan: "Somos gente de paz. Siempre"! Ya Girard nos ha enseñado a desconfiar de ciertos pacifismo en su último libro, Achever Clausewitz [traducido aquí].
La segunda cuestión abre otras muchas. El mimetismo de los Visitantes que les impulsa a clonar nuestra piel, y el hecho de que esa "simple" clonación de la piel, ese sencillo parecer más humanos, les termina "infectando" de humanidad. Como si la imitación transmitiera cierta esencia de la humanidad (los sentimientos, el alma).
Por lo demás, la serie peca de cierta puerilidad y a medida que pasan los capítulos la cosa pierde intensidad (y eso que para la segunda temporada recuperan a la mítica Diana, icono sexual de muchos, ¡ay, esos pelos cardados!). Se nota, no obstante, que todo el esfuerzo de los guionistas se dirige, más que al barroquismo efectoespecialista, a la complejidad moral y ética. Lo normal es que se quede en esfuerzo, y nada más. Pero se agradece la intención.
martes, 22 de febrero de 2011
Saltó la liebre...
Aunque era algo que se veía venir, que estaba en el ambiente y que necesariamente deberá ser pensado de forma rigurosa. Me refiero a si podemos decir que hay religión detrás de las revueltas; me refiero a si el Islam tiene algo que ver con esta "ola revolucionaria", como cacarean los líderes destronados o seriamente amenazados. Lo cierto es que el elaborado texto de Robert Fisk sobre la cuestión no deja títere con cabeza y proclama que esta revolución es secular en el mundo... ¿islámico?
Será interesante ver cuál es el reparto de culpas final, el golaberaje ideológico y religioso, el resultado de la revuelta. Yo por si acaso busco algo de lucidez en la lectura de L'homme révolté de Camus. Alberto Signorini lo cita en su introducción a La pietra scartata (La piedra desechada), un libro que reúne algunos textos de Girard sobre antisemitismo. Y lo cierto es que algunas de sus intuiciones aciertan de pleno (la necesidad de un regicidio para que se produzca el cambio, el papel de la masa, etc.).
¿Cuál es aquí y ahora el chivo expiatorio? ¿Cuál es la lectura mítica que se nos impondrá? ¿Estamos ante la Revolución Francesa musulmana? ¿Lo peor está por venir? ¿O se trata del mero anticipo de lo mejor, de una mejora escatológica? Completar a Girard completando a Clausewitz tal vez sea hoy más urgente que nunca. Podríamos escribir un libro que se llamara Achever Girard.
Será interesante ver cuál es el reparto de culpas final, el golaberaje ideológico y religioso, el resultado de la revuelta. Yo por si acaso busco algo de lucidez en la lectura de L'homme révolté de Camus. Alberto Signorini lo cita en su introducción a La pietra scartata (La piedra desechada), un libro que reúne algunos textos de Girard sobre antisemitismo. Y lo cierto es que algunas de sus intuiciones aciertan de pleno (la necesidad de un regicidio para que se produzca el cambio, el papel de la masa, etc.).
¿Cuál es aquí y ahora el chivo expiatorio? ¿Cuál es la lectura mítica que se nos impondrá? ¿Estamos ante la Revolución Francesa musulmana? ¿Lo peor está por venir? ¿O se trata del mero anticipo de lo mejor, de una mejora escatológica? Completar a Girard completando a Clausewitz tal vez sea hoy más urgente que nunca. Podríamos escribir un libro que se llamara Achever Girard.
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